No es el verbo.
La voz se arrima a la roca
y sucumbe a la amayuela esquiva.
Es el abrazo tibio,
el anárquico roce,
la calinosa mirada,
perpetua,
inimitable.
Somos fieras de séquito,
seres humanos
en busca del mimo.
Manos sobre manos,
dedos que tropiezan
con orgánico designio.
Pulsos, ardentías,
la piel que sueña
sudar con piel;
pero yo te escribo,
aunque sepa
que no es el verbo
ni la voz,
que se arrima
a cualquier roca
en busca de esquivas
amayuelas anónimas.
Nená
Pues un beso abrazo cargado de amayuelas al vapor.
ResponderEliminarÑam, otro para ti.
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