Cada matiz, cada silencio,
cada ululato que se escapa del pecho
regresa a cada uno, impenitente,
se purga para reaparecer en gestos
que persiguen el concilio con los otros.
Y todo vuelve a empezar:
Más reservas, más rugidos,
noches en vela, noches de ausencia,
sonrisas íntimas y placenteras
a espaldas de otras memorias.
El ahogo debajo de la piel
que se sabe esclavo de un solo dueño,
renuente siempre por darse entero
como espera el mundo de todos sus hijos.
Al amanecer repites leontinas de palabras,
algunos días, sonidos intraducibles
como ensalmos que vendrán a sanarte:
Me han querido, me han querido, me han querido,
me han querido.
Aunque no sepan quién eres,
aunque no conozcan todas tus escalas,
todos tus apetitos, tus balanceos,
tus sótanos más profundos
o tus momentos de luz más deslumbrantes.
Nená de la Torriente
Los colores de las flores de la derecha son muy bellos. Si la intención es lo que imagino me conmuevo.
ResponderEliminarLos mantras si no sanan al menos consuelan. Si son sinceros y poco mantras, los justos.
Gracias Ariadna de Asterión por acercarte hasta este pequeño parterre y hacerme compañía.
EliminarMis flores no guardan ninguna intención, ninguna, aún así me alegra que te conmueva cualquier intención que encuentres en ellas, sea de la índole que sea.