domingo, 20 de noviembre de 2016

 
 
No hay drama
si el cajón del pan guarda el queso
o si la copa se acabó
y dejó epístolas de amor en el mantel
de un rojo desvaído.
Extraordinarias son las cosas pequeñas
que pronunciamos a solas,
sin la luz turbadora
de unos ojos que no nos quieren,
e ignoradas casi siempre.
Si desear un amanecer 
en mitad de la noche,
una taza sin fondo
de leche con galletas,
la receta del adolescente amado
para siempre,
es soñar con una acacia sin selva
despojada de toda espina
¿qué  es lo real?
Si fueran una fantasía 
como los Leprechaum
o los Truptty,
compañeros del bendecido, 
los centenares de experimentos 
en busca de lo inherente  
a cada uno,
o una suerte de juego 
las ajenas fraguas,
siempre asombrosas
para el que manuscribe su soledad,
todo interrogatorio sería absurdo.
Pero seguimos aquí,
imbatidos,
haciéndonos preguntas
una y otra vez,
siglo a siglo.
 
 
 
Nená de la Torriente

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