jueves, 31 de mayo de 2012


 -Amor sin oda- 


Toma de mi mano 
el suave roce que olvido 
que habita en estos dedos, 
la llama de este cirio pálido, 
la llama que germina 
en la opacidad de la noche. 





Prende de amor ese imán 
que siempre te busca, 
en la esmeralda virgen 
de mis lágrimas. 
Si me escondo 
es por no verme tan herida, 
que de tus cosas mi apetito 
es desmedido, 
y a cada instante necesito, 
y necesitando tanto me ahoga 
el desconsuelo y el antojo, 
como una niña que le roban 
los sueños,  y 
sólo sabe esperar la amanecida. 

Mudo mi piel por los dos juntos, 
para que el mundo no nos maltrate 
con tanto juicio,  y 
nos haga extraviar el corazón 
en los hilos mutilados, 
de las delgadas 
cometas que nos salden; 
logrando así que olvidemos 
la magnitud de este cielo tan nuestro. 



Nená de la Torriente



Él saca la lengua 
pero dice que no entiende. 
Tú sacas la lengua 
y lo entiendes casi todo. 

¿Cómo puede decir que no entiende 
el que no entiende, 
y creer que entiende 
el que realmente entiende? 

Si no sabes,  no disciernes, 
y si sabes,  siempre te nacerán 
nuevas dudas. 

El que cree que sabe, 
dudo mucho que entienda, 
porque el conocimiento está 
siempre en constante curso. 

La vida no es una carrera, 
quizá sea una parada de autobús, 
o quizá un puente,  o un camino 
delicioso que complicamos mucho. 
Nuestra mente va dando palabras, 
verbos,  frases,  complicados axiomas 
de todo lo que ve y reflexiona, 
no siempre acertadamente. 
Hay muchas formas de mirar el mundo. 
¿Pero y si no hubiera una solamente 
que fuera la acertada? 
¿En qué convertiríamos la Verdad? 

Es cómodo tener certezas,  decir esto 
es así,  esto no es así. 
El amor existe y es esto. 
El odio existe y es eso. 
Pero lo cierto es que aunque usemos las tesis   
y los diccionarios,  las definiciones, los glosarios,
la vida sigue siendo un misterio. 



Nená de la Torriente


Se me olvida 
el lunar de la luna 
que miraba de niña, 
el que ella 
me dio de madrugada. 
Ese que un doctor  
me robó de la cara. 
Se me olvida 
que las cosas que se dan 
también se quitan, 
los días soleados 
por días plomizos, 
las risas por afligidas lágrimas; 
ver como vive un cariño 
y contemplarlo morir 
sin poder hacer nada. 
Se me olvida 
que lo que llega llegó 
y como llegó se marcha, 
que todo tiene su tiempo 
y su maravilla. 
Un abre los ojos, 
ahora los cierras, 
y luego los abres 
y no queda nada. 
Se me olvida 
que de hoy a mañana 
hay un infinito, 
que puede ser 
o no ser, 
siendo lo opuesto, 
que las cosas que sientas 
dilas ahora, 
porque quizá mañana 
no puedas hacerlo. 



Nená de la Torriente

miércoles, 30 de mayo de 2012


-¡¡¡Yo quiero silbar!!!-

Yo no sé silbar pero lo intento, 
algo parecido a un débil 
silbido 
sale de mis labios. 
Lo reintento desde niña, 
sin éxito. 





Sílbame tú, 
sílbame siempre 
que lo necesites, 
cuando estés solo o con 
demasiada compañía, 
abrumado,  alcanzado, 
incomprendido,  limitado 
en el escaso espacio 
que han rotulado como: ‘tu libertad’. 
Yo puedo escuchar,  sin reírme, 
sin sonreírme siquiera, 
lo prometo, 
si tú me enseñas a silbar.  

Si no tú,  el del pelo cobrizo, 
enséñame tú cuando estés ebrio 
de cervezas,  y no aciertes a 
entrar en tu coche; 
yo te llevaré despacito a casa, 
te meteré en la cama sin hacer ruido, 
nadie se enterará 
lo prometo, 
si tú me enseñas a silbar. 

O tú muchacho bello,  que amas 
a todas las mujeres, 
pero te cansas enseguida, 
te agobias, te sientes dominado; 
sílbame que yo te escucho, 
te comprenderé en tu miedo, 
no te censuraré, 
ni te llamaré cobardica 
lo prometo, 
si tú me enseñas a silbar. 




Nená de la Torriente
-Respiro-

Vivo en un mundo de contradicciones, 
contraataques,   contraacusaciones, 
contrabando, contracorriente. 
Antiacadémico, antirreglamentario 
antiarrugas, anticlockwise, 
anticlerical, anticonformista. 
Y además respiro 
en el espacio mínimo que me dejan 
porque antes y contra todo eso, 
preciso vivir y poder ver como cae la hoja 
y cómo se besan dos jóvenes en un banco, 
ausentes de la gravedad del mundo. 



Nená de la Torriente

Me fascina el que con un poco 
de barro, 
ve una vasija perfecta, 
o el que en un retorcido tronco,  ve 
una nave con sus velas desplegadas. 



Dos manos,  dos,  y el ingenio  
de dar forma a aquello 
que nunca soñó 
viajar desde el suelo. 
Admiro al paciente,  no al mezquino, 
al bravo que persigue sus sueños 
sin pisar más manos que la propia, 
y llega sin doblar,  ni poner zancadillas 
a donde visionó desde el principio y quiso. 
Aprendo de la madre que adora y entiende 
que no se puede luchar contra la vida, 
y cede el pulso a lo que llega 
dándole la mejor de las bienvenidas. 
Gozo con el que va buscando la belleza 
con el verso,  el pincel,  cincel o el objetivo, 
que no es vana la búsqueda de tesoros 
si el hombre va perdiendo emotividad. 



Nená de la Torriente

martes, 29 de mayo de 2012


“Si dicen, que dizan”
         -Don Antonio-

No te daría mal nunca 
y siento que en mi torpeza 
haya atravesado 
una puerta equivocada, 
ya sabes como somos las chicas, 
mitad pez –que no sirena-, 
mitad minotauro,  por la fuerza 
de nuestro empeño. 
Siempre descompensamos el paso, 
no hicimos la mili 
y el ‘hiero-herei/hiero-herei’
no está entre nuestras disciplinas, 
nosotras andamos haciendo 
sinuosas curvas y nos creemos 
chicos con vuestras propias zapatillas. 
Encaramadas a un manzano 
nos tomamos el tiempo justo 
para coger las más rojas, 
las que no tienen gusano, 
y saltamos de un brinco 
a toda prisa; 
pero yo siempre fui de las 
que se quedaba  
a pintar el árbol, 
por ser más hermoso que la fruta. 



Nená de la Torriente

Desde la niebla 
a veces se ve con mucha claridad. 
No,  no es tan extraño, 
cuando te has pasado la vida 
mirando al cielo. 
La deformidad da una verdad 
más concluyente a esa imagen limpia 
que tenías de cada cosa, 
en su limitación casi perfecta. 




Da una perspectiva distinta 
que la define con más propiedad. 
Todos somos unos extraños 
desnudos o vestidos hasta la barbilla. 
Ya no quedan milagros 
que acerquen almas como los poemas 
de Emily Dickinson, 
y a mí se me olvida,  de cuando en cuando,  
que es difícil que alguien termine una frase. 
Somos lo que somos, 
cariños de vela, 
algunos se consumen en cera de abeja, 
otros jamás se prenden, 
y los más,  como dice la canción, 
se extinguen en aceite sucio. 



Nená de la Torriente

   
Ya sé que tú adivinas en mí 
falta de fe, 
y si la hay,  pero es más 
el cansancio y este desgaste 
interminable de tanto tonto. 
No creas que eso me anima 
a pensar que soy más lista, 
al contrario, 
me siento una semoviente 
como todos, con mi cazo 
de avena en cualquier granja. 
Me harta hablar el mismo 
lenguaje,  y que no me entiendan. 
Hubiera sido más fácil piar,  gruñir, 
mugir,  total,  no deben contarse 
muchos secretos,  ni complicados 
asuntos del alma, 
aunque sabe Dios. 
A veces creo que es cuestión 
de fijaciones, 
unos las tienen donde se vuelve 
sacra la espalda,  mullida y redonda, 
y otros en su parte delantera, 
más inquieta. 
Quizá sea injusta,  injustísima, 
si es así me reprenderé con dureza, 
-no me cuesta darme un par de cachetes-, 
pero lo cierto es que a veces parece 
que hablo chino 
en un país de ojos redondos. 


Nená de la Torriente

lunes, 28 de mayo de 2012

-Modas, estilos-















Ni siquiera hojas de árboles 
sujetas,  volteadas, 
una, 
dos, 
tres veces, 
siempre asentadas, 
sometidas al cambio variable 
de los estilos,  del viento. 

'Ahora no pongas mayúsculas, 
ahora no acentúes, 
quizá sea mejor que hagas texto 
corrido,  es más cool'. 
Somos hojas al viento,  sin vínculo 
en ninguna parte,  con referencias 
sin distancia 
¿Cómo abrir un libro con los ojos 
cerrados y pensarse leyendo? 

Hojas,  volatineras,  acróbatas, 
a veces con vuelos exquisitos, 
otras,  en caída oblicua, 
pero todas sueltas tras el aliguí 
que otro maneja. 
Hablan de modas,  para hacerlo 
más sencillo,  pero no es fashion, 
ni chic,  ni trendy,  y siguen
mareando la gallina, 
porque a la perdiz hace mucho 
que la perdieron de vista. 

Pero de ser hoja,  mejor buscar 
un buen tronco donde quedarse quieta 
y dejarse agitar por el remolino, 
no una, 
dos, 
tres, 
y tantas veces como quiera. 




Nená de la Torriente

Delicadamente,  sin hacer ruido, 
ocultas detrás de la cómoda 
que no puedes contar con nadie. 
Tú sonríes,  como si nunca hubieras 
conocido una verdad tan grande, 
y sigues haciendo café y estrechando 
manos,  y dando abrazos de bienvenida. 
No queda nadie,  conoces la inconstancia 
del otro,  y tus necesidades. 
Lo comprendes todo, 
pero sabes también que estás sola. 
Y no se cae ninguna pared, 
el cielo no se abre, 
ni el suelo se quiebra, 
el corazón no se agrieta 
ni el ojo se derrama. 
Pero sí se endurece una parte del cerebro, 
una esquina a la derecha 
que quiere fugarse a la izquierda, 
y empuja con su maleta 
y un par de argumentos lógicos. 
Yo le digo que no pierda la emoción, 
la capacidad de imaginar otras salidas, 
pero esa misma emoción me hace un análisis 
del egoísmo con una diáfana linealidad de formas. 
Y sí, me temo que esa esquina se me escapa. 



Nená de la Torriente




















-No eres tú, dímelo- 

Cuando floten las piedras 
y la luna se acueste a mi lado, 
dímelo bajito. 

Que esta sed de años,  casi 
disfrazada por los pañuelos 
que cuelgan de mi lámpara, 
ha dejado cicatrices invisibles 
pero abismales, 
y aunque lo niegue, lo necesito. 

Cuando la lluvia recorra un fluir 
hacia arriba en catarata rota,  y 
hablemos con la voz del campo, 
dímelo besándome.  

Que este hambre de años,  casi 
olvidada entre tantos poemas 
que soportan mis estantes, 
ha dejado grietas bien visibles 
por donde se cuela el frío, 
y aunque lo tenga, 
sigo yendo descalza. 




Nená de la Torriente

domingo, 27 de mayo de 2012


Esa suerte de mirar las cosas 
sin mirarlas, 
y con el rabo del ojo 
-que es más rabo que extremo-, 
golpear pasados soliviantados 
siempre buscando culpables, 
no es la mía. 
Media vida mortificando, 
para pasar la otra media 
culpando al mortificado, 
es de locos. 
Hay seres infelices, 
incómodos,  débiles,  excoriados, 
que al no encontrar el camino, 
la medicina,  el descanso, 
buscan un escalón,  una colina 
y bajan rodando, 
llevándose por delante 
todo lo que encuentran, 
hasta descubrir que eso les agrada. 
Así aumentan el grado,  la alzada, 
la caída,  y van buscando argumentos 
para ese acto a todas luces perverso: 
'¿Pero por qué te pones delante?
Esa mala suerte de no poder ver 
el cosmos en una simple gota de rocío, 
ni sentir el último rayo alejarse 
enredado en tu mejilla, 
ni saber del milagroso vientre 
de las cosas, 
esa,  sí la tienen. 

  


Nená de la Torriente

-MI NORTE-

Vuelvo al recorrido de siempre, 
a andar descalza por las crestas 
de mi mala memoria. 
Ya veo los eucaliptales, 
y las colas de caballos erguidas 
invitándome a que las recolecte 
para hacer un té imbebible. 
Los campos de menta, 
que orgullosos ciegan el olor    
de las demás plantas, 
incluidas las casi  inexistentes 
boñigas de vaca. 



Los pequeños bancos de piedra 
invadidos por el musgo, 
el sonido de trenes lejanos, 
quizá pasando por Ceceñas, 
y tal vez el canto de algún ave 
para mí irreconocible. 
¿Qué pensaba entonces? 
¿Qué pienso ahora? 
¿Sigo siendo la misma? 
Todos se empeñan en decirme que sí, 
pero nuca he sabido más de mí 
que todo aquello que he ido recogiendo. 




Nená de la Torriente